jueves, 8 de agosto de 2013

jueves, 29 de diciembre de 2011

Querida Muerte

Querida Muerte

A mi colchón

Introducción:

Nunca pensé que podía llegar a hacer esto. Pensé que solo lo hacían las mujeres con sus diariecitos personales. Pero llegué al límite, al punto donde sólo tengo dos opciones: sentarme a escribir lo que siento, o agarrar el revólver del cajón. Pero como creo que con cada palabra que escribo me alejo un paso de él…

No me exijan, esto no es más que notas personales, no soy escritor, ni nada de eso. No voy a anotar más que lo que me parezca importante. Comienzo por día 0 porque todo se desencadenó ayer, pero empiezo a escribir hoy quién sabe por qué. Ahora. No sé ni siquiera por qué hablo de días, si hoy ya no va a ser hoy nunca más y no hace falta que lo aclare.

DIA 0:

Ayer ya no sentía “distancia” con la muerte, se venía achicando hacía algunos meses, después del accidente de Panchito y todo el tema de María. María es mi mujer; era mi mujer (a veces me olvido que me dejó unos meses después de mi accidente con Panchito). Panchito es mi hijo; era. Todavía tengo todos los días la imagen de la camioneta blanca viniéndose encima de mi Renault y yo distraído charlando con María. Bocinas, más bocinas. Volantazo a la banquina, perder el control, dar vueltas, y despertarme en el hospital.

Llevé el revólver a mi cabeza y mi mano temblaba. Calculo que no fueron más de veinte segundos y las lágrimas que me recorrían la cara sin vergüenza. Las luces estaban todas apagadas; la casa, totalmente oscura; yo, decidido y seguro de lo que hacía. Había cargado una bala, y giré el tambor, dejando mi vida literalmente librada al azar. Si algo quería que yo siguiera en la tierra, la bala iba a pasar de largo y yo iba a gatillar en vano.

Volvamos a la oscuridad de la casa, al silencio. Parecía inquebrantable, hasta que sonó el teléfono. Quién carajo me llama. Lo dejé sonar cuatro o cinco veces hasta que quien sostenía el tubo del otro lado se dio por vencido. Me acomodé en la silla e hice el clic esperando el pum. Pero no, la bala seguía en el tambor. La saqué, la tiré a la basura y volví el revólver al cajón.

Fui a la cocina, tomé un vaso de agua y me tiré con él a dormir al sillón. Me hace mal dormir en la cama matrimonial solo.

DIA 1:

Me desperté bastante tarde y me senté a escribir. Hice solamente la introducción y me fui a caminar. Caminé por un rato, sólo para pasar el tiempo, y regresé. Me encontré con la casa más oscura y silenciosa que nunca. Serían las cinco de la tarde (asumiendo que ahora son las doce y media de la noche) así que me puse a preparar un té rojo. Dicen que relaja, no sé. Después de revolverlo y revolverlo, lo tomé casi de un trago y me recosté en el sillón. No tengo idea sobre cuánto tiempo habrá pasado hasta que me quedé dormido, pero sí sé que soñé profundo. Otra vez la camioneta blanca, otra vez las bocinas, las vueltas, el hospital, los dolores de huesos, la soledad, el silencio. Hice fuerza para despertarme y salir de la pesadilla. Eran las once y cuarto, once y veinte de la noche. Me serví un vaso de whisky y fui al escritorio. Abrí el cajón y saqué a mi compañero. Cargué una bala, giré el tambor y gatillé con el caño en mi garganta. Nada. Tiré la bala a la basura y dejé el arma en el cajón de al lado mío. Empecé a escribir para alejarla, por lo menos de mis pensamientos. Si sigo así, ninguna palabra que escriba generará esa distancia, y mis notas van a quedar incompletas.

Basta, por hoy freno acá. Me voy a ver leer el diario mientras me baño.

Día 2:

Ayer me hizo bien el “baño de inmersión”. No vaya a pensar que entre tecitos, diarios personales y baños de inmersión me estoy afeminando, pero conste que hoy amanecí bastante despejado. Ya salí a correr, me duché y ahora estoy viendo TV mientras escribo.

Cuando termine, me voy a preparar un omelette o unos tostados de jamón y queso.

Día 4:

No, no me salteé el día 3, simplemente ayer no escribí. Tampoco abrí el cajón. Sí hablé con María. Arreglamos para vernos un día de estos, probablemente la próxima semana.

Día 5:

Creo que esto de escribir está teniendo resultado. Tres, casi cuatro, días consecutivos sin abrir el cajón. En dos horas tengo una entrevista con mi jefe. Según me dijo Pérez, quiere que vuelva a laburar lo antes posible. Pero ya tengo la decisión tomada: si no me da la licencia, renuncio. No estoy para presiones.

Mañana voy a llamar a María para que nos juntemos a solucionar los temas pendientes. Ya sé que es una excusa esto del divorcio, en realidad simplemente quiero verla. No, mañana no. Queda muy pesado. Por lo pronto, me voy a ver televisión hasta que se hagan las 15.00. A esa hora quedé con el bigotón en el bar de Corrientes y Callao.

Día 6:

El jefe me aceptó la licencia. Con María no hablé. El cajón no lo había tocado hasta hace cinco minutos. Pero aunque lo abrí no fue para “jugar a la Ruleta Rusa”. Solamente acaricié el revólver y le limpié el caño.

Hoy conocí a una mujer, tiene unos añitos menos que yo. Es madre soltera, la conocí en la plaza; le pedí fuego – solamente por hablarle, tiene unos ojos increíbles- y me dijo que no fumaba, se rió y nos quedamos charlando.

Día 7:

Son once y media de la mañana. Lindo día. El cielo no tiene ni una nube. Voy a desayunar e ir a la plaza, a ver si está esta muchacha. A la vuelta sigo con mis notas.

Son las seis de la tarde. Me quedé en el mismo banco que ayer esperándola pero nunca llegó. Recién llamó María, de buen humor. Quedamos en que el viernes (asumiendo que eso sea pasado mañana) viene a comer a casa para terminar todo el papeleo, y de paso conocer mi departamento. La quiero impresionar, dice que está sola. Además la madre se enojó con ella cuando me dejó, así que supongo que la tengo bastante de mi lado.

Día 8:

Fui a la plaza de nuevo. Me encontré con esta chica de nuevo. Se llama Julieta. Le pedí fuego – solamente por hablarle, tiene unos ojos increíbles- y me dijo que no fumaba, se rió y nos quedamos charlando. Me dio su número de teléfono. ¿Qué hago, la llamo mañana? No, no. Porque viene María, mirá si nos superponemos. No, otro día la llamo.

Cuando volvía caminando de la plaza, vi un juego de platos lindísimo. A falta de guita encima, me estoy yendo ahora a comprarlo para la comida de mañana.

Día 9:

Me desperté temprano y fui al supermercado. Le voy a cocinar algo rico, y lo voy a acompañar con un buen vino. En cuarenta y cinco minutos (asumiendo que faltan cuarenta y cinco minutos) debe estar llegando. Ya me bañé, afeité y perfumé.

Después de tanto tiempo, volver a pensar en dos. Dos platos en la mesa, dos tenedores, dos cuchillos, dos vasos, dos sillas, dos velas (son románticas, dicen) y dos balas en el tambor.

Los unos

Su mundo les encanta, el día es soleado, el proyecto está en marcha.

Son cuatro. Hospeda el día de hoy un clima de ansiedad y alegría que se proyectan en su obsesión por que todo esté impecable. Cada uno con una franela en la mano se dedica a lo suyo.

Uno está en la estantería de autoayuda, trepado a una escalera bastante despintada (*1) alineando las colecciones más altas. A falta de algunos centímetros, convocando a toda su habilidad para la acción, se retuerce y saca la lengua -lo cual le facilita el trabajo- hasta que la regla le confirma la simetría.

Tres espera desde su lado del mostrador, con las muñecas apoyadas en él, la remera metida dentro del pantalón y una sonrisa inalterable. De hecho, no escucha que cuatro lo llama.

¡Tres!¡Tres! Pasale una franelita al mostrador, y abrí la caja que está cerrada. Cuatro usa un cinturón de cuero marrón que hace juego con la ropa que todos llevan puesta: pantalón de vestir marrón claro -beige (*2), le tuvieron que decir a la vendedora- y chomba azul. Cuatro va frenético recorriendo su mundo con un trapito naranja que no tiene problemas en intimar con el polvo de los lomos. Cuatro también saca la lengua cuando necesita más habilidad.

Dos vuelve del sótano con más cajas. Lo mandaron a él porque es torpe. Dos deja las cajas al lado de la escalerita de Uno y vuelve a buscar más. Allí abajo encuentra una cinta de embalar que, precavido, imagina puede necesitar, por lo que la lleva en su boca mientras agarra dos cajas más y sube las escaleras. Dos no tiene cinturón, de hecho, el ascenso es inimaginablemente más complicado que lo esperado ya que su pantalón beige (el talle era el mismo para todos) comienza un recorrido inspirado en la ley de gravedad. Dos abre las piernas para evitarlo, pero no puede sacar la lengua porque tiene la cinta en la boca. Al llegar arriba, suelta con violencia (*3) las cajas, se sube el pantalón (que casi baja hasta sus rodillas), escupe la cinta y se rasca la nariz. Che, cuatro, ¿me prestás tu cinturón? Cuatro también lo necesita, y de paso le da una lección de precaución (lo hubieras pensado antes, pibe) a Dos.

A tres se le ocurre colgar un cascabel en la puerta para que suene avisando la llegada de los Otros.

Se reúnen los cuatro frente al mostrador, se dan una última arenga y piden a Dos que abra la puerta. Dos busca nervioso (no por miedo a hacerlo mal, sino por excesivas ganas de hacerlo bien) la llave en un cajón y corre a la entrada. Abre la puerta de par en par y gira un cartelito. Entra el sol.

*1: Entiéndase por despintada, “no pintada”. El problema de esta escalera es que nadie se toma el trabajo de pintarla, no que alguien se toma el trabajo de despintarla.

*2: Pronúnciese “Besh” (*4).

*3: Entiéndase que no es la intención de Dos. En un clima de total felicidad, un estruendo causado por una acción no del todo medida puede resultar violento, a pesar de no ser esa la finalidad.

*4: Escríbase también “Bell” o “Vesh”(con pronunciación en castellano argentino) o de cualquier manera mientras se pronuncie “Besh”.

Los otros

Su mundo les encanta. El día es soleado. Son millones. Se reparten en veredas angostas en competencias tácitas como quién va más acelerado, quién toca más la bocina, quien tiene más tareas, quién pasa menos tiempo con su familia…

Setecientos nueve corre con tacos para alcanzar un colectivo; Treinta y siete frena para que una dama suba a su colectivo; Seiscientos sesenta y seis hace maldades (*1) en una esquina oscura; Ochenta se enorgullece de ser un número redondo; Trece no sale del diván de su terapeuta (397), que intenta convencerlo de que no trae mala suerte (*2).

Cada uno (no sólo uno, sino también siete, ocho, nueve, etc.) con sus vaivenes, cada uno (no sólo uno, sino también siete, ocho, nueve, etc.) con sus complicaciones, todos aportan algo a la rueda de un engranaje superior (*3).

Su mundo les encanta (de otra manera harían algo realmente por cambiarlo) y el día es soleado. Aunque en esa cuadra veo un hombre preocupado. A aquel hombre de sombrero gris algo lo inquieta; no le gusta tanto, evidentemente, ese mundo. Lleva un ritmo más cansino, pero sabe a dónde se dirige; da la vuelta en esa esquina y al ver una marquesina su sombrero salta de emoción.

Los unos y los otros (y yo)

Dos se asoma a la esquina y ve venir a un hombre de sombrero gris. Lleva en su cara una pequeña sonrisa. Se ve casi más ansioso que ellos, que se ubican en sus puestos (¡Dos, guardá la escalera!).

Buenas tardes señor, bienvenido. ¿Se estará preguntando qué es esto? Es un libro, libro. Quiere invadir Tres; pero ante la aterradora mirada de Uno y Cuatro se calla la boca y vuelve detrás del mostrador, con la sonrisa oculta detrás de sus dientes.

El hombre (cuyo número desconozco) toma algunos libros y le da a Tres todos los tinelys que hace falta para pagarlos. Les dice que no quiere bolsa y se los lleva apilados en sus brazos.

Al salir le sonríe a una niña que juega a la Rayuela y deposita en el buzón de la cuadra unas cartas a una señorita en Paris. Su mundo le encanta, ha salido el sol.

Fin.

Entro al mundo de los otros y se me presentan los cuatro individuos. Cuando les digo lo que estoy buscando me miran sorprendidos y me piden un teléfono para avisarme cuando lo tengan.

Después de un tiempo (se me haría muy simbólico especificar cuánto) me llaman. Me visto apurado y tomo el auto. Al llegar me esperan todos en la puerta y me hacen bajar al depósito. Al lado de una cinta y un cinturón está lo que pedí. Los llevo apilados. Antes de salir les pido un diccionario y anoto algunas definiciones. Tres me dicta sonriente y sorprendido al ver qué dice la Academia de Televisión e Idioma acerca de “maldades, suerte, superior”.

Me subo al auto feliz, ha salido el sol. Ahora tengo tiempo, así que para volver a casa hoy tomo la Autopista del Sur.

Náufrago de un relato

De la página 107 salí. Date cuenta que no voy a andar vestido así como un pánfilo por casualidad. Días y días caminé para llegar acá. Traía conmigo un sombrero, me lo había dado el pelado en el primer capítulo. El pañuelo es de una apuesta que hice antes de salir.

Que estoy deprimido o golpeado no vayas a pensar, el andar cansino es fruto del mismo árbol que te regala mi pantalón roto y mi pie descalzo. No queda uno náufrago sin que su apariencia se entere. Y cuando ella se entera, de avisarles a los demás se encarga.

No te conté –y si lo hago queda entre nosotros-: me traje algunas letras conmigo. Fijate lo poco que el viejo ve, que en un recreo que se tomó para rascarse los ojos, le arranqué unas cuantas (D F F l U r K). Otras tantas en el camino comí.

Amigos tenía, plata tenía, caballo no me acuerdo. TeníaF (D F l U r K) de todo; todo y más de lo que quería. Ahora que perdí mi orden tendré que inventarme a mí mismo. Tenía un talento, tenía incluso una vida armada. Ahora ni nombre tengo.

Quel (D F O U r K) lo diga no me hace mal agradecido, porque hasta el tercer capítulo bien difícil me la hizo el de gafas. Y antes de enojarse me quería llevar hasta el final con una rubia encantadora. Se habrá enamorado él también; mas como no se quién le vendió las 26 (con vocales, tildes, comas y todo el equipo), él es el que elije cuándo borrar y cuándo no.

No dolió, aunque tengo algunos recuerdos de la noche. Era tarde, casi madrugada, se levantó con un café en la mano, me hizo repetir todo otra vez. Cuando la desnudé él gritó y yo sentí el tirón. Nunca más.

Ahora, otra que olvidarme de mis amigos, mi plata, mi caballo (o no) no me queda. Ahora ni nombre tengo. Si sabes algo de mí, te ruego me lo hagas saberD (F O U r K).

Tuyo siempre, suyo nunca.

FOUrK.

()